Pandemia: un alto
costo social
“El hombre es un animal de costumbres y, como
tal, se obstina a la hora de cambiar. Pero los acontecimientos le superan y, aunque
reniegue de la evolución, ésta acaba por imponerse” Charles Dickens.
Alfredo César Dachary
La pandemia del Covid-19 y las demás
mutaciones que le siguieron han provocado, además de un profundo temor en la
sociedad, una nueva organización del trabajo, incluido la gran renuncia masiva de
trabajadores jóvenes en los países más desarrollados, que quieren evitar el
empleo fijo y pretenden un sistema híbrido.
A ello se le suma la imposición de la
digitalización, una revolución forzada muy profunda para todos los escolares y trabajadores
en general y, tras ello, un mayor peso del Estado forzado por las
circunstancias, ya que el neoliberalismo pretende lo opuesto con los resultados
ya conocidos y, a nivel general, la crisis de la globalización como modelo y
del sistema como opción operativa.
Llevamos dos
años de pandemia y de grandes impactos en lo económico y humanitario, a
consecuencia de ésta nos ha mostrado claramente el estado real del mundo donde
la pobreza tiene anclados en la desesperanza a la mayor cantidad de población, situación
que se incrementó potencialmente en estos años sombríos donde la quiebra de la movilidad
urbana y social afectó a las personas y la ruptura de los sistemas de
conectividad generó la gran crisis de las cadenas de suministro, más allá de lo
esperado.
Las desigualdades globales que hoy nos
tocan vivir son casi tan grandes como lo fueron a principios del siglo XX,
cuando Europa y Estados Unidos se estaban distribuyendo el territorio y los
pueblos de África, como el último festín del colonialismo, antes de comenzar el
ocaso del imperio británico.
Y para gran parte de los analistas
sociales, la pandemia del coronavirus es la peor crisis económica, social,
laboral y sanitaria de, por lo menos, los últimos cien años, que comenzaron con
una pandemia similar, la mal llamada Influenza española, la cual se afirma que
fue llevada por los soldados de Estados Unidos a Europa al final de la primera
guerra mundial.
Una de las consecuencias más impactantes
de esta debacle es que aumentó la desigualdad
de la mayoría de la población en el mundo, en pleno auge de la sociedad
de consumo y dentro de la vigencia del neoliberalismo, que facilitó la tarea al
reducir al Estado y sus leyes que protegían al ciudadano que vive de su trabajo.
El último Informe sobre desigualdad
mundial 2021, elaborado por el World
Inequality Lab (WIL), dirigido por el economista francés Thomas Piketty y un grupo de investigadores
distribuidos en todo el mundo, ha generado un reporte que tiene los datos más actualizados
y completos sobre las diversas facetas de la desigualdad en el mundo: riqueza
global, ingresos, género y desigualdad ecológica.
Inicialmente destaca que el 10 % más rico de la población mundial recibe
actualmente el 52 % del ingreso mundial, mientras que la mitad más pobre
de la población sumada no gana más que el 8,5 % y que se estima sería de 3,800 a
4,000 millones de personas.
Pero las desigualdades mundiales de
riqueza son incluso más pronunciadas que la de los ingresos, ya que la mitad
más pobre de la población mundial apenas posee el 2 % del total de la riqueza,
y ello agudiza la asimetría ya que al final, el 10% más rico de la población mundial posee el 76 % de toda la riqueza
del planeta.
Pero lo más
grave de esta situación es que en lo que va del último cuarto de siglo, la
desigualdad de la riqueza ha aumentado significativamente,
al extremo que las 50 personas más ricas del mundo han logrado un aumentó 9 %
anual entre 1995 y 2001, y la riqueza de las 500 personas más ricas se incrementó
en un 7 % anual.
Tomando como base el 1995, el 1 % de la
gente con mayor riqueza se quedó con el 38 % de toda la riqueza global
adicional en los últimos 25 años, mientras que el 50 % inferior, los más
pobres, solo lograron alcanzar el 2 %, lo que los transforma en verdaderos
supervivientes.
En el informe mundial se distinguen los
tres grandes rezagados, más de la mitad de la población mundial, por debajo del
promedio mundial que es 50% inferior a los ingresos medios, y el otro 50% de
esa población mundial se divide en 40% ingreso medio y 10% ingreso superior.
Los tres grandes rezagados son: Asia meridional
y sudoriental, América Latina y África Subsahariana, trágica realidad la de Latinoamérica
formar parte de este contingente cuando sus indicadores sociales y políticos
son mucho más elevados, pero la geografía le jugó una mala pasada, ser el
“patio trasero de Estados Unidos”, zona de seguridad nacional y una de las
mayores reservas de recursos naturales y culturales a nivel mundial.
La desigualdad mundial de ingresos entre
los países y dentro de ellos, según el índice de Theil, nos permiten ver la
evolución en los últimos dos siglos desde 1820 al 2020. En 1820 la desigualdad
entre países representa el 11% de la desigualdad mundial, hay que recordar que
los países eran la mayoría los actuales países desarrollados.
En 1980, la desigualdad entre los países
representa el 57 % de la desigualdad mundial, se había dado el proceso de
descolonización que había permitido a la ONU pasar de 50 países a cerca de 200,
hoy ya lo son, de allí el salto del índice de desigualdad entre países, ya está
consolidado el nuevo modelo de países desarrollados y los no desarrollados que
en esta época aún se denominaban “países del Tercer Mundo”.
En el año 2020, la desigualdad entre los países
representa el 32% de la desigualdad mundial, nuevos países emergentes y nuevas
potencias en expansión: China, India, Rusia, Pakistán y Sudáfrica.
Con respecto a los ingresos en este largo
período de dos siglos, tenemos que para 1820 el ingreso promedio del 10% superior
global es 18 veces mayor que el ingreso promedio del 50% inferior (los más
pobres). Para 1910, el ingreso promedio del 10% superior global (más ricos) es
41 veces mayor que el ingreso promedio del 50% inferior, los más pobres.
En 1980, el ingreso promedio del grupo del
10% superior o mayores ingresos es 53 veces mayor que el ingreso promedio del
50% inferior. Para el año de la pandemia, 2020, el ingreso promedio de ese 10%
con ingresos globales superiores es 38 veces mayor que el ingreso promedio del
50% inferior, los pobres.
La riqueza privada frente a la
disminución de la riqueza pública en los países primer mundo en el último medio
siglo (1970-2020), son la expresión de la aplicación de las políticas neoliberales
a nivel global y más en los países centrales, donde la pobreza ya es cada vez más
evidente, comenzando por Estados Unidos.
El ejemplo de esto lo tenemos al comparar
el caso de los países ricos y luego específicamente el de Gran Bretaña, hoy
agobiada por el Brexit, además de la propia crisis económica derivada del mismo
y de la post pandemia.
El patrimonio público es la suma de todos
los activos financieros y no financieros netos de deudas, en poder de los
gobiernos. Así tenemos que para 1970 en Gran Bretaña la riqueza pública cayó el
60% de la renta nacional y en el 2020 es -106%.
Este trabajo sobre la desigualdad en el
mundo 2021 revisa varias opciones de políticas para redistribuir la riqueza e
invertir en el futuro a fin de enfrentar los desafíos del siglo XXI, la mayor
deuda pendiente de las organizaciones internacionales desde la creación de la
ONU, que siempre ha sido definida pero muy poco lograda.
Por ejemplo, las ganancias de ingresos
que provendrían de un modesto impuesto progresivo sobre el patrimonio de los
multimillonarios globales, como el que se está aplicando en Argentina desde el
2020, demuestra no ser la solución, pero si un apoyo importante para los
gobiernos agobiados por la deuda externa y la baja recaudación fiscal.
Dado el gran volumen de concentración de la
riqueza, los impuestos progresivos modestos pueden generar ingresos importantes
para los gobiernos, como es el caso de los países nórdicos: Suecia, Noruega,
Finlandia, Islandia y Dinamarca.
En nuestro escenario, encontramos que el
1,6% de los ingresos globales podría generarse y reinvertirse en educación, salud
y transición ecológica, y este informe viene con un simulador en línea para que
se puedan diseñar impuestos sobre el patrimonio.
Para abordar los desafíos del siglo XXI
hace falta una redistribución significativa de las desigualdades de ingresos y
riqueza, ya que el surgimiento de los Estados de bienestar modernos en el siglo
XX, estuvo asociado con un tremendo progreso en salud, educación y
oportunidades para todos y vinculado al aumento de tasas impositivas
progresivas y pronunciadas.
Pero para poder lograr un avance en el
desarrollo de la sociedad es fundamental garantizar la aceptabilidad social y
política de un aumento de los impuestos y una mayor socialización de la
riqueza, que hoy es un detonante de grandes problemas sociales en muchos países
del globo. cesaralfredo552@gmail.com
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